miércoles, 28 de marzo de 2012

Carta a Daniel Zamudio

Perdón por este país a medias.
Perdón porque no fuimos capaces de mostrarte otro mundo, perdón por esa oscuridad a la que nuestra indiferencia y falta de interés te ha arrastrado.
Perdón por nuestros niños, porque siguen la senda establecida de la burla (En ese mundo de la burla, los gordos, los feos, los fletos, los cojos, los tuertos, las putas, los narigones, las solteronas, los culones, los indios de mierda y los comunistas asquerosos habitan esta incómoda costumbre chilena de encasillar y despreciar)
Perdón porque no vivirás para disfrutar de la mano, abrazado a quien hubieses elegido para amar, una tarde de domingo.
Perdón porque inexplicablemente volveremos a idiotizarnos con el fútbol y la farándula televisiva de turno. Y tu muerte será una cronología más de este Chile de mierda.
Perdón porque seguiremos nuestra vida a medias, a trancazos, a bofetadas, pero siempre a medias. Y perdón porque este país que hemos soñado se deshilvana con las ideologías de un dios sexista, opresor y homofóbico… Y de sobra sabemos que ese dios, es otro hijo de puta.
Perdón por nuestras leyes obsoletas.
Por nuestros chistes a la diferencia.
Por nuestra superficialidad agarrada al consumo diario de la tonta televisión.
Perdón por la clase política que tenemos. Una clase política de vergüenza.
Perdón por tanto perdón, pero es que he intentado entrar en tu socorro profundo y me lo ha impedido la frialdad, la tontera, el fútbol, los realities, la discriminación, la fe idiota, el sermón anticuado, la hostia recocida, el cura y la monja ignorantes, el evangélico espumoso de la Plaza de Armas, el centro comercial, mis tarjetas de crédito, mi cuenta bancaria, mi ideología política y corrupta, mi gobierno fascista de turno, las tetas de la mina de la tele, el gol de Sánchez, los ovnis que vio la Maldonado, la teleserie de la noche …… perdón, pero tengo que terminar de algún modo y no sé por dónde…
Perdón porque hemos creado un dios a nuestro antojo y conveniencia…
Perdón a tu madre por no estar en sus internos, desgarrándonos con su dolor.
Por Juan Antonio Jerez